jueves, 1 de abril de 2010

Argentina y Perú; hermandad histórica y asociación estratégica. Por: Julián Licastro.

La deuda de honor de un desagravio institucional

En una fórmula ajustada al vínculo y tratamiento de las relaciones entre Estados soberanos, la presidenta argentina Cristina Fernández realizó una visita oficial al Perú, que calificó de “desagravio institucional y reparación histórica”; agregando - en el marco de un homenaje al pie del monumento al General San Martín, prócer de la independencia de ambas naciones- quién su presencia testimoniaba la superación de “enojosos episodios”, refiriéndose sin necesidad de explicitarlo a la venta de armas a Quito durante el conflicto de 1995 en la Cordillera del Cóndor, un sector litigioso de la extensa frontera entre dos países de la hermandad latinoamericana.

El hecho alcanzó la repercusión compatible a la condición diplomática de la Argentina como uno de los 4 países garantes del Protocolo de Río de Janeiro que, en 1942, puso fin a la guerra, lo cual no sólo imponía la neutralidad militar argentina, sino el trabajo político de ayudar a solucionar las diferencias por medios pacíficos. Ocurrió que, en tiempo de paz, nuestra empresa Fabricaciones Militares, por su capacidad tecnológica, mantenía relaciones comerciales y de intercambio con las empresas equivalentes de los dos países, pero el problema consistió en que la venta de armas continuó después de iniciadas las hostilidades limítrofes, lo cual fue percibido en Perú como una vía de intervención injusta y desequilibrante, que afectaba las relaciones históricas con la patria del Libertador.

En realidad, y como se supo después y lo reconocimos todos, esta venta fue ilegal, con documentación fraguada, configurando una operación de contrabando de una asociación ilícita con determinados culpables individuales; y de ningún modo era parte de la posición oficial ni de la política exterior argentina. Aunque no es motivo de esta nota entrar en detalles de este asunto lamentable, hay datos confirmados que develan la actuación de terceras organizaciones de otras potencias, como el hecho relevante de que el transporte aéreo fue realizado por una aerolínea perteneciente a la CIA, con pilotos estadounidenses y formularios de compra-venta vencidos correspondientes a las operaciones de apoyo a los “contra” de la revolución sandinista en Nicaragua.


Un gesto apreciado por su valor y coraje

Saldar la “deuda de honor” de este “desagravio institucional” fue destacado por el canciller del Perú, quien resaltó que éste ha sido un “gesto de valor y de coraje” que permitirá restablecer plenamente las relaciones bilaterales entre países hermanos. Asimismo pidió voltear la página de esta historia, ya que “siempre sostuvimos que durante esta lamentable época de corrupción hubieron responsables conocidos”.García Belaúnde garantizó que ahora, libres de algunos desencuentros; las relaciones avanzan en un buen momento, señalando el carácter atlántico de la Argentina que, mediante tratados políticos y comerciales, “brindará muchos beneficios económicos y sociales a los peruanos”. En tal contexto, reiteró la posición permanente del Perú a favor de la soberanía argentina en las Islas Malvinas “porque se trata del último enclave colonial en nuestra región”.

Cristina Fernández también ubicó a la gesta de 1982 en el centro de su conversación con el presidente Alan García, al destacar el conflicto de Malvinas, cuando “en un gesto único en la América del Sur pusieron aviones, pilotos y misiles para la causa argentina”.


La asociación estratégica

Para resumir la significación de esta visita de Estado, es conveniente enfatizar algunos conceptos vertidos por ambos mandatarios en la ceremonia de condecoración con la orden “El Sol del Perú” creada por el Gran Capitán de los Andes en 1821. Alan García recordó que históricamente esta condecoración había sido otorgada a “grandes mujeres que lucharon por la libertad de Nuestra América como Rosita Campuzano y Manuelita Sáenz”, precisamente durante el Protectorado sanmartiniano.

A su vez, Cristina Fernández, al considerar la distinción “como un honor inmerecido” anticipó que en el bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810, se inaugurará en la Casa Rosada el Salón de los Patriotas Latinoamericanos. En él figurarán el precursor Túpac Amaru y Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador en 1924 del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) como primer movimiento de masas con un ideario de integración continental.

Bajo estos auspicios que trascienden lo meramente protocolar, Argentina y Perú por medio de sus más altos representantes políticos y de diplomáticos, acordaron relanzar las relaciones bilaterales en el plano superior de una asociación estratégica. Es el tipo de vinculación estrecha e integral imprescindible para fortalecer el proceso de unidad regional que, desde una geopolítica y una economía responda con eficacia a las transformaciones actuales del orden mundial.

Los 13 acuerdos y convenios suscriptos en la oportunidad y el posterior recibimiento, discurso y distinción por el Congreso Nacional del Perú, concluyó por dar forma institucional a la presencia presidencial, como un verdadero acto de Estado concebido por encima de todo partidismo. En la perspectiva del tiempo, y después de una demora de más de 15 años, llega este mensaje imprescindible que marca un antes y un después de las relaciones entre Buenos Aires y Lima. Los argentinos que solemos hacer gala de un análisis muy crítico de la política, tenemos aquí la ocasión de una valoración objetiva e innegable; porque en casos como éstos lo que corresponde, precisamente, es no sólo volver a la relación anterior al incidente, sino aprovechar el reencuentro para proyectarla con vocación de futuro.


Un testimonio personal

El tema admite un testimonio personal, ya que las circunstancias me llevaron a cierta participación para cumplir con lo que entendí era una obligación ética y política. En efecto, tuve el honor de ser Embajador en el Perú. Este alto cargo diplomático vino a culminar una larga trayectoria de conocimiento y afecto por el país hermano, iniciada con las lecturas juveniles de la campaña sanmartiniana; luego los viajes a Lima como cadete abanderado del Colegio Militar (1960) y becado con la Escuela Naval (1962). Lima fue también mi primer destino diplomático como Cónsul General (1975) y después el comienzo de mi exilio durante la última dictadura.

Fueron muchos años de vivir intensamente y recorrer toda esa realidad distinta y complementaria de la nuestra, creando lazos de amistad y compañerismo; y conociendo a personalidades políticas como Haya de la Torre y su discípulo Alan García; todo lo cual se potenció años después en una gestión fructífera como Embajador (1989-1993). De ahí que, al producirse el contrabando de armas, llevé adelante una fuerte acción para reparar el daño, identificando a los culpables materiales y exigiendo apartar de la administración a los funcionarios responsables, sea por omisión o tolerancia con esos graves hechos. Esta actitud repercutió significativamente en la prensa argentina y peruana de entonces y posteriormente originó mi condecoración en Lima con las Palmas Sanmartinianas, que se sumaron a las generosas distinciones que recibí de este país hermano.



Julián Licastro es bien recordado por su actuación como Embajador, y durante su exilio como formador de líderes comunitarios en todas las regiones del Perú. Ha recibido numerosas distinciones, entre ellas las medallas cívicas de varias ciudades donde realizó tareas de cooperación técnica; el doctorado de honor de la Universidad Nacional Federico Villareal; las condecoraciones de ambas cámaras del Congreso; las Palmas Sanmartinianas y la Orden El Sol del Perú.

Recordemos las notas de los principales diarios de Argentina y Perú ante la férrea defensa de Licastro de la hermandad histórica argentino peruana y el repudio ante la venta de armas de Argentina al Ecuador durante la guerra del Cenepa.



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